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lunes, 4 de octubre de 2010

Exclusiva: El 29-S hubo Huelguistas

Juan Carlos Escudier
No se creerá pero el 29-S hubo trabajadores que decidieron hacer huelga para defender sus derechos. No secundaron el paro engañados por los sindicatos, ni forzados por los piquetes. No eran radicales sectarios ni antisistema con capucha, ni siquiera liberados de UGT o de CCOO. Era gente normal, de la que se toma el café con churros por la mañana, discute de fútbol porque lo de la política está imposible, lleva a los niños al cine cuando se estrena la última de Disney y se considera afortunado porque aún pueden pagar la hipoteca y ayudar a la familia de su hermano que está en el paro.
Son tipos corrientes cuyo número no se mide en las estadísticas de Red Eléctrica. En su mayoría trabajan en alguna de esas pequeñas empresas que no llegan a los diez empleados –el 95% de todas las empresas del país-, donde comunicar al jefe que al día siguiente no irían al tajo porque pensaban ejercitar su derecho constitucional a la huelga resultó algo muy parecido a una heroicidad. Muchas de esas personas, con contrato temporal y sueldos raquíticos, entregaron un día de su salario y se arriesgaron a sufrir represalias por su insolencia. Esas personas, como digo, se merecen un respeto.
Habrá quien les llame locos por sumarse a una causa cuyo fracaso estaba escrito en los grandes titulares de unos medios que practican con gran éxito ese nuevo periodismo llamado de anticipación. Aún así, este pasado miércoles decidieron no enfundarse el mono, ni abrir la tienda, ni rellenar los albaranes que quedaron pendientes del día anterior porque no les gusta lo que hace el Gobierno y, sobre todo, aborrecen lo que está pasando en este país desde que la crisis se acomodó en los salones de estar de sus viviendas y se apropió, además, del mando a distancia de la televisión.
Hablamos de ciudadanos que fueron a la huelga por perplejidad, porque no alcanzaban a entender cómo ha cambiado un cuento en el que los malos empezaron siendo los especuladores financieros y los bancos -si es que caben matices entre ambos- y que, a medida que pasaban las páginas, esos tiburones con trajes de Ermenegildo Zegna acabaron transformados en víctimas de unos desalmados mileuristas que se empeñaron en vivir por encima de sus posibilidades cuando se compraron a crédito un Seat Ibiza.
Hablamos de ciudadanos que fueron a la huelga por perplejidad, porque no entendían cómo ha cambiado un cuento en el que los malos empezaron siendo los especuladores financieros y los bancos
No entendían, por ejemplo, por qué la primera factura de la crisis la tuvieron que pagar los funcionarios, que ya no encajan en el retrato de aquellos señores de manguito y alzacuellos que dibujó Larra, sino que son bomberos, médicos, jardineros, policías o profesores, a los que nadie pagó una extraordinaria cuando aquí se ataban los perros con longanizas. Ni que, además de meterles la mano en la cartera, hubiera quien se empeñara en someter a escarnio a los empleados públicos, presentándoles como parásitos de un Estado que lo mejor que podía hacer con ellos era darles el finiquito.
No comprendían tampoco que se congelaran las pensiones para recaudar lo que se había despreciado antes eliminando el Impuesto del Patrimonio, ni que se pusiera en tela de juicio el Estado del bienestar, ni que se culpabilizara a los parados de incrementar el déficit con los subsidios con los que comen ellos y sus familias, ni que los ricos pagaran ahora menos impuestos que con Aznar. A esas alturas, la verdad, es que ya apenas entendían nada.
A toda esa gente le importaba en realidad muy poco que los sindicatos tuvieran o no que salvar la cara convocando una huelga general. A quienes llevaban veinte años trabajando en una misma empresa lo que les preocupaba es que, con la reforma laboral, pudieran ser despedidos por cuatro perras y reemplazados por otros más sumisos y peor pagados. Y se plantaron el día 29 mientras se preguntaban cómo era posible que en un país con un tercio de trabajadores temporales y que en dos años había enviado al paro a más de dos millones de personas la gran preocupación fuera la de despedir barato a los fijos.
Sabían que, aunque otros no hubieran hecho la huelga, ellos no eran los únicos que habían decidido quedarse en casa, no llevar a los niños al colegio y manifestarse por la tarde por el centro de su ciudad. Por eso, se sorprendieron al ver los periódicos del día siguiente en los que se hablaba de fracaso general. Y los que chapurreaban inglés fueron a The Wall Street Journal y leyeron esto: “Gran parte del país paralizado”. Y los que se defendían mejor en francés creyeron entender que Le Monde titulaba “España, al ralentí”. Entonces pensaron que, quizás, tendrían que volver a escuchar la BBC para enterarse de lo que pasaba a su alrededor, como se hacía en otros tiempos.
Todos esos españoles, que para muchos medios de su propio país no existen, se sobrepusieron al miedo que les provoca una crisis que puede acabar con sus sueños de una vivienda digna o de llevar a los niños a la universidad. Dieron un paso al frente  para decir basta a un Gobierno que trata de transmitir confianza a los mercados mientras extiende la desconfianza entre su propia población. Ellos hicieron huelga; yo, también.

jueves, 30 de septiembre de 2010

El Fracaso de los enterradores

                                                        Jesús Maraña
Quienes ya habían ultimado los preparativos para acudir a los funerales de los sindicatos tendrán que aplazar el falso luto. El 29-S no fue un 14-D, quizás ni siquiera un 20-J, porque no podía serlo en unas circunstancias económicas, políticas y sociales totalmente distintas. Pero la huelga general triunfó en la industria, bloqueó el transporte en hora punta y se dejó notar en las grandes empresas. Ese amplio seguimiento en sectores fundamentales de la economía compensa el escaso efecto en la educación, las administraciones o la hostelería. No se produjo, desde luego, el fracaso de la convocatoria que venían pronosticando los numerosos enterradores del sindicalismo.
Tampoco se tiñó de sangre el pavimento por culpa de esos piquetes
tachados de criminales desde no pocas plataformas mediáticas. No es
descartableque Esperanza Aguirre proclame que los centenares de miles
de manifestantesdel 29-S eran todos liberados sindicales. Lo cierto es que
 el pulso queUGT y CCOO plantearon de mala gana (“esta huelga es una
 putada”,dijo Toxo) contralas reformas del Gobierno se reconvirtió en las
últimas semanas en una especie de prueba de supervivencia de los sindicatos.
 Superado el examen con una nota muydigna, convendría que nadie perdiera
de vista las causasde lo ocurrido.Si Zapatero conserva oído para escuchar
los sonidos de la calle, esa mano tendida a los sindicatos deberá contener
algo más que la mera disposición al diálogo.

lunes, 31 de mayo de 2010

Las Propuestas miserables del Fondo Monetario Internacional


articulo de Juan Torres Lopez Catedrático de Economía
El Fondo Monetario Internacional tomó de nuevo las riendas hace meses y se dispone a seguir imponiendo doctrina, ahora con la excusa de que las medidas que propone son las imprescindibles para salir de la crisis y del problema de deuda que ésta ha provocado.
Los economistas del Fondo que han venido a dictar sentencia a España, como hacen en tantos otros países, son los que predican austeridad a quienes ganan unos cientos de euros mientras ellos se fijan a sí mismos sueldos multimillonarios, los que exigen recortes de gasto a los gobiernos desde hoteles de cinco estrellas y limusinas que pagamos los contribuyentes. Los que se declaran políticamente neutrales pero tratan con favor a los dictadores y alteran sin rubor las decisiones democráticas que toman los poderes representativos.El Fondo es la institución que reclama buen gobierno a los Estados pero que actúa con una opacidad absoluta y sin control alguno, la que dice defender la libertad pero tiene internamente un funcionamiento completamente antidemocrático. La que reclama rigor y acierto a los gobiernos pero que nunca ha realizado una autocrítica efectiva ni evaluado seriamente sus múltiples y fatales equivocaciones.
El Fondo Monetario que ahora dice a España lo que tiene que hacer es una institución doctrinaria que aplica siempre un mismo credo sea cual sea la circunstancia o el país que analiza: recorte de gastos públicos, privatizaciones, liberalización de servicios, desregulación financiera, libertad de movimiento para los capitales, apertura de puertas al capital extranjero... siempre lo mismo, siempre el viejo credo liberal, sea cual sea la gravedad de los problemas que origina su aplicación.
Pero el problema más grave del Fondo no es ni siquiera que sea doctrinaria sino que es una institución incompetente. Sus economistas fallan constantemente y de forma estrepitosa. Sus prejuicios ideológicos no les permiten contemplar y analizar correctamente la realidad, se equivocan en los diagnósticos, no saben hacer predicciones adecuadas y, lógicamente, nunca logran conseguir los objetivos que se proponen cuando actúan (salvo, eso sí, el de dar vía libre a los poderosos).
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