Manuel Rico
Treinta y cinco días después de que el juez José Castro señalase a Iñaki Urdangarin como presunto dirigente de una trama dedicada a apoderarse de fondos públicos, la Casa Real admitió ayer que el comportamiento del duque no ha sido “ejemplar” y decidió apartarlo de los actos oficiales para que no deteriore más la imagen de la monarquía. Casi a la misma hora, a través de su portavoz, el duque de Palma se declaraba “indignado” por las informaciones sobre sus actividades. La Casa Real se quedó corta y el duque se pasó de largo.
Afirmar que el comportamiento de Urdangarin no ha sido “ejemplar” es una obviedad similar a decir que estamos en diciembre. Una perogrullada. La Casa del Rey podía haber aprovechado para exigir al duque que devuelva el dinero público que no haya obtenido por medios lícitos, para mostrar su más rotunda condena de los evasores fiscales, para detallar cuántos fondos ha entregado año a año al duque y a su esposa, para pedirle a la infanta Cristina que se desvincule de forma inmediata de la empresa Aizoon o para mostrar su sorpresa por el patrimonio inmobiliario amasado por la pareja en pocos años. Pero ha optado por borbonear a la espera de que escampe.
¿Y qué decir de Urgangarin, El Indignado? Por muy alejado que se encuentre de la realidad, aún debería ser capaz de entender que cuando se produce un robo, el indignado suele ser la víctima y no el presunto ladrón. Y cuando se saquean las arcas públicas, las víctimas son los ciudadanos que las nutren con sus impuestos. Fácil de entender, incluso para un duque.
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